No hay nadie mirando el latido del cosmos.
Ni testigo, ni dios, ni cifra.
Solo el temblor.
Solo la insistencia de ser,
una y otra vez,
sin necesidad de razón.
La piedra respira.
El silencio la escucha.
¿Lo oyes tú?
No con los oídos del cráneo,
sino con la médula anterior a la especie,
con la cueva de sombra que llevas en el pecho.
Porque ahí habita
el eco de todo lo que aún no ha nacido,
y sin embargo ya tiembla.
No pienses.
Deslígate.
No nombres.
Contempla.
El mundo solo te necesita
como receptor,
como grieta abierta al infinito,
como intervalo de luz
entre dos parpadeos del universo.